No, no y no
Salenas cronopio cronopio a todos ustedes.
De nuevo nuestra cita con el Gran Cronopio no nos defraudará, un pasito más en humanizar la figura del gigante barbado que durante tanto tiempo ha estado encerrado entre papel y mecanografía. Salta de sus libros para plantarse aquí, en este aula, no ya en persona pues de pachucho está muerto. Sin embargo si que perdura su voz, esa que arrastra en su deje mil cuentos he historias que escaparon en su día a la tiranía de la imprenta.
Atiendan a este que ahora les ofrecemos, un precioso cuentecito sobre paseos, insectos y corbatas amarillas. No dejen de prestar atención a su entrada, en donde expone su punto de vista acerca de los cuentos en voz alta, o lo que hoy llamaríamos audiolibros. Personalmente prefiero el primer nombre. Este es un asunto interesante a tratar: la lectura en voz alta, un paso atrás en la evolución del hombre, que piensa que condenar la lectura a la vocecita interior que a todos nos rebota dentro de nuestras cabezas es un avance que nos beneficia. Cuando en verdad estamos convirtiéndola en algo insulso falto de matices, de tonos, de énfasis y, en fin, de pasiones. ¿Ustedes que piensan al respecto?
Disfruten del cuento y… participen.
Saludos, les dejo con el Gran Cronopio…
Atentamente:
E. Infante Rojo
Dir. de la Escuela Cronopia
CLASE MAGISTRAL 1: El sentimiento de lo fantástico
Saludos alumnos y futuros cronopios.
Tenemos hoy el honor de superar a la propia muerte y traernos de más allá del Averno las palabras que el Gran Cronopio pronunció en la Universidad Católica Andrés Bello (1982) de Caracas. Espero que la disfruten, descubriran entre otras cosas una nueva definición de cronopio.
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EL SENTIMIENTO DE LO FANTÁSTICO
(Moderador) Cortázar se incorpora de lleno al ámbito literario argentino en 1938 con su libro Presencia . Algunas revistas de la época recogen sus colaboraciones firmadas con el nombre de Julio Denis. (…) Cortázar empieza siendo un poeta, también lo será siempre en cierto modo. Puede sorprender que Cortázar, el mismo que años más tarde escribiera Historia de Cronopios, Los Premios y Rayuela, se haya iniciado con un volumen de “Sonetos” en su libro Presencia, pero no sorprenderá a quien descubra las líneas de fuerza y la constante aspiración a una forma estética que asume en sus libros. No es casual su admiración a Keats, ni su preocupación continua por el lenguaje y por la fijación de la multiplicidad del espíritu en la palabra.
(Cortázar)Yo he sido siempre y primordialmente considerado como un prosista. La poesía es un poco mi juego secreto, la guardo casi enteramente para mí y me conmueve que esta noche dos personas diferentes hayan aludido a lo que yo he podido hacer en el campo de la poesía. (…) he pensado que me gustaría hablarles concretamente de literatura, de una forma de literatura: El cuento fantástico .
Yo he escrito una cantidad probablemente excesiva de cuentos, de los cuales la inmensa mayoría son cuentos de tipo fantástico. El problema, como siempre, está en saber qué es lo fantástico. Es inútil ir al diccionario, yo no me molestaría en hacerlo, habrá una definición, que será aparentemente impecable, pero una vez que la hayamos leído los elementos imponderables de lo fantástico, tanto en la literatura como en la realidad, se escaparán de esa definición.
Ya no sé quién dijo, una vez, hablando de la posible definición de la poesía, que la poesía es eso que se queda afuera, cuando hemos terminado de definir la poesía , creo que esa misma definición podría aplicarse a lo fantástico, de modo que, en vez de buscar una definición preceptiva de lo que es lo fantástico, en la literatura o fuera de ella, yo pienso que es mejor que cada uno de ustedes, como lo hago yo mismo, consulte su propio mundo interior, sus propias vivencias y se plantee personalmente el problema de esas situaciones, de esas irrupciones, de esas llamadas coincidencias en que de golpe, nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad, tiene la impresión de que las leyes, a que obedecemos habitualmente, no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a una excepción.
Ese sentimiento de lo fantástico como me gusta llamarle, porque creo que es sobre todo un sentimiento e incluso un poco visceral, ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante.
Ese sentimiento, que creo se refleja en la mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños paréntesis en esa realidad y es por ahí, donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico. Eso no es ninguna cosa excepcional, para gente dotada de sensibilidad para lo fantástico, ese sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en cualquier momento y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizado se ve bruscamente sacudido, como conmovido, por una especie de, de viento interior, que los desplaza y que los hace cambiar.
Un gran poeta francés de comienzos de este siglo, Alfred Jarry, el autor de tantas novelas y poemas muy hermosos, dijo una vez, que lo que a él le interesaba verdaderamente no eran las leyes, sino las excepciones de las leyes; cuando había una excepción, para él había una realidad misteriosa y fantástica que valía la pena explorar, y toda su obra, toda su poesía, todo su trabajo interior, estuvo siempre encaminado a buscar, no las tres cosas legisladas por la lógica aristotélica, sino las excepciones por las cuales podía pasar, podía colarse lo misterioso, lo fantástico, y todo eso no crean ustedes que tiene nada de sobrenatural, de mágico, o de esotérico; insisto en que por el contrario, ese sentimiento es tan natural para algunas personas, en este caso pienso en mí mismo o pienso en Jarry a quien acabo de citar, y pienso en general en todos los poetas; ese sentimiento de estar inmerso en un misterio continuo, del cual el mundo que estamos viviendo en este instante es solamente una parte, ese sentimiento no tiene nada de sobrenatural, ni nada de extraordinario, precisamente cuando se lo acepta como lo he hecho yo, con humildad, con naturalidad, es entonces cuando se lo capta, se lo recibe multiplicadamente cada vez con más fuerza; yo diría, aunque esto pueda escandalizar a espíritus positivos o positivistas, yo diría que disciplinas como la ciencia o como la filosofía están en los umbrales de la explicación de la realidad, pero no han explicado toda la realidad, a medida que se avanza en el campo filosófico o en el científico, los misterios se van multiplicando, en nuestra vida interior es exactamente lo mismo.
Si quieren un ejemplo para salir un poco de este terreno un tanto abstracto, piensen solamente en eso que utilizamos continuamente y que es nuestra memoria. Cualquier tratado de psicología nos va a dar una definición de la memoria, nos va a dar las leyes de la memoria, nos va a dar los mecanismos de funcionamiento de la memoria. Y bien, yo sostengo que la memoria es uno de esos umbrales frente a los cuales se detiene la ciencia, porque no puede explicar su misterio esencial, esa memoria que nos define como hombres, porque sin ella seríamos como plantas o piedras; en primer lugar, no sé si alguna vez se les ocurrió pensarlo, pero esa memoria es doble; tenemos dos memorias, una que es activa, de la cual podemos servirnos en cualquier circunstancia práctica y otra que es una memoria pasiva, que hace lo que le da la gana: sobre la cual no tenemos ningún control.
Jorge Luis Borges escribió un cuento que se llama “Funes el memorioso”, es un cuento fantástico, en el sentido de que el personaje Funes, a diferencia de todos nosotros, es un hombre que posee una memoria que no ha olvidado nada, y cada vez que Funes ha mirado un árbol a lo largo de su vida, su memoria ha guardado el recuerdo de cada una de las hojas de ese árbol, de cada una de las irizaciones de las gotas de agua en el mar, la acumulación de todas las sensaciones y de todas las experiencias de la vida están presentes en la memoria de ese hombre. Curiosamente en nuestro caso es posible, es posible que todos nosotros seamos como Funes, pero esa acumulación en la memoria de todas nuestras experiencias pertenecen a la memoria pasiva, y esa memoria solamente nos entrega lo que ella quiere.
Para completar el ejemplo si cualquiera de ustedes piensa en el número de teléfono de su casa, su memoria activa le da ese número, nadie lo ha olvidado, pero si en este momento, a los que de ustedes les guste la música de cámara, les pregunto cómo es el tema del andante del cuarteto 427 de Mozart, es evidente que, a menos de ser un músico profesional, ninguno de ustedes ni yo podemos silbar ese tema y sin embargo, si nos gusta la música y conocemos la obra de Mozart, bastará que alguien ponga el disco con ese cuarteto y apenas surja el tema nuestra memoria lo continuará. Comprenderemos en ese instante que lo conocíamos, conocemos ese tema porque lo hemos escuchado muchas veces, pero activamente, positivamente, no podemos extraerlo de ese fondo, donde quizá como Funes, tenemos guardado todo lo que hemos visto, oído, vivido.
Lo fantástico y lo misterioso no son solamente las grandes imaginaciones del cine, de la literatura, los cuentos y las novelas. Está presente en nosotros mismos, en eso que es nuestra psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen explicar más que de una manera primaria y rudimentaria.
Ahora bien, si de ahí, ya en una forma un poco más concreta nos pasamos a la literatura, yo creo que ustedes están en general de acuerdo que el cuento, como género literario, es un poco la casa, la habitación de lo fantástico. Hay novelas con elementos fantásticos, pero son siempre un tanto subsidiarios, el cuento en cambio, como un fenómeno bastante inexplicable, en todo caso para mí, le ofrece una casa a lo fantástico; lo fantástico encuentra la posibilidad de instalarse en un cuento y eso quedó demostrado para siempre en la obra de un hombre que es el creador del cuento moderno y que se llamó Edgar Allan Poe. A partir del día en que Poe escribió la serie genial de su cuento fantástico, esa casa de lo fantástico, que es el cuento, se multiplicó en las literaturas de todo el mundo y además sucedió una cosa muy curiosa y es que América Latina, que no parecía particularmente preparada para el cuento fantástico, ha resultado ser una de las zonas culturales del planeta, donde el cuento fantástico ha alcanzado sus exponentes, algunos de sus exponentes más altos. Piensen, los que se preocupan en especial de literatura, piensen en el panorama de un país como Francia, Italia o España, el cuento fantástico no existe o existe muy poco y no interesa, ni a autores, ni a lectores; mientras que, en América Latina, sobre todo en algunos países del cono sur: en el Uruguay , en la Argentina… ha habido esa presencia de lo fantástico que los escritores han traducido a través del cuento. Cómo es posible que en un plazo de treinta años el Uruguay y la Argentina hayan dado tres de los mayores cuentistas de literatura fantástica de la literatura moderna. Estoy naturalmente citando a Horacio Quiroga, a Jorge Luis Borges y al uruguayo Felisberto Hernández, todavía injustamente, mucho menos conocido.
En la literatura lo fantástico encuentra su vehículo y su casa natural en el cuento y entonces, a mí personalmente no me sorprende, que habiendo vivido siempre con la sensación de que entre lo fantástico y lo real no había límites precisos, cuando empecé a escribir cuentos ellos fueran de una manera casi natural, yo diría casi fatal, cuentos fantásticos.
(…) Elijo para demostrar lo fantástico uno de mis cuentos “La noche boca arriba” y cuya historia, resumida muy sintéticamente, es la de un hombre que sale de su casa en la ciudad de París, una mañana, en una motocicleta y va a su trabajo, observando, mientras conduce su moto, los altos edificios de concreto, las casas, los semáforos y en un momento dado equivoca una luz de semáforo y tiene un accidente y se destroza un brazo, pierde el sentido y al salir del desmayo, lo han llevado al hospital, lo han vendado y está en una cama, ese hombre tiene fiebre y tiene tiempo, tendrá mucho tiempo, muchas semanas para pensar, está en un estado de sopor, como consecuencia del accidente y de los medicamentos que le han dado; entonces se adormece y tiene un sueño; sueña curiosamente que es un indio mexicano de la época de los aztecas, que está perdido entre las ciénagas y se siente perseguido por una tribu enemiga, justamente los aztecas que practicaban aquello que se llamaba la guerra florida y que consistía en capturar enemigos para sacrificarlos en el altar de los dioses.
Todos hemos tenido y tenemos pesadillas así, siente que los enemigos se acercan en la noche y en el momento de la máxima angustia se despierta y se encuentra en su cama de hospital y respira entonces aliviado, porque comprende que ha estado soñando, pero en el momento en que se duerme la pesadilla continúa, como pasa a veces y entonces, aunque él huye y lucha es finalmente capturado por sus enemigos, que lo atan y lo arrastran hacia la gran pirámide, en lo alto de la cual están ardiendo las hogueras del sacrificio y lo está esperando el sacerdote con el puñal de piedra para abrirle el pecho y quitarle el corazón. Mientras lo suben por la escalera, en esa última desesperación, el hombre hace un esfuerzo por evitar la pesadilla, por despertarse y lo consigue; vuelve a despertarse otra vez en su cama de hospital, pero la impresión de la pesadilla ha sido tan intensa, tan fuerte y el sopor que lo envuelve es tan grande, que poco a poco, a pesar de que él quisiera quedarse del lado de la vigilia, del lado de la seguridad, se hunde nuevamente en la pesadilla y siente que nada ha cambiado. En el minuto final tiene la revelación. Eso no era una pesadilla, eso era la realidad; el verdadero sueño era el otro. Él era un pobre indio, que soñó con una extraña, impensable ciudad de edificios de concreto, de luces que no eran antorchas, y de un extraño vehículo, misterioso, en el cual se desplazaba, por una calle.
Si les he contado muy mal este cuento es porque, me parece, que refleja suficientemente la inversión de valores, la polarización de valores, que tiene para mí lo fantástico y, quisiera decirles además, que esta noción de lo fantástico no se da solamente en la literatura, sino que se proyecta de una manera perfectamente natural en mi vida propia.
Terminaré este pequeño recuento de anécdotas con algo que me ha sucedido hace aproximadamente un año. Ocho años atrás escribí un cuento fantástico que se llama “Instrucciones para John Howell”, no les voy a contar el cuento; la situación central es la de un hombre que va al teatro y asiste al primer acto de una comedia, más o menos banal, que no le interesa demasiado; en el intervalo entre el primero y el segundo acto dos personas lo invitan a seguirlos y lo llevan a los camerinos, y antes de que él pueda darse cuenta de lo que está sucediendo, le ponen una peluca, le ponen unos anteojos y le dicen que en el segundo acto él va a representar el papel del actor que había visto antes y que se llama John Howell en la pieza.
“Usted será John Howell”. Él quiere protestar y preguntar qué clase de broma estúpida es esa, pero se da cuenta en el momento de que hay una amenaza latente, de que si él se resiste puede pasarle algo muy grave, pueden matarlo. Antes de darse cuenta de nada escucha que le dicen “salga a escena, improvise, haga lo que quiera, el juego es así”, y lo empujan y él se encuentra ante el público… No les voy a contar el final del cuento, que es fantástico, pero sí lo que sucedió después.
El año pasado recibí desde Nueva York una carta firmada por una persona que se llama John Howell. Esa persona me decía lo siguiente: “ Yo me llamo John Howell, soy un estudiante de la universidad de Columbia, y me ha sucedido esto; yo había leído varios libros suyos, que me habían gustado, que me habían interesado, a tal punto que estuve en París hace dos años y por timidez no me animé a buscarlo y hablar con usted. En el hotel escribí un cuento en el cual usted es el protagonista, es decir que, como París me ha gustado mucho, y usted vive en París, me pareció un homenaje, una prueba de amistad, aunque no nos conociéramos, hacerlo intervenir a usted como personaje. Luego, volví a N.Y, me encontré con un amigo que tiene un conjunto de teatro de aficionados y me invitó a participar en una representación; yo no soy actor, decía John, y no tenía muchas ganas de hacer eso, pero mi amigo insistió porque había otro actor enfermo. Insistió y entonces yo me aprendí el papel en dos o tres días y me divertí bastante. En ese momento entré en una librería y encontré un libro de cuentos suyos donde había un cuento que se llamaba “Instrucciones para John Howell” . ¿Cómo puede usted explicarme esto, agregaba, cómo es posible que usted haya escrito un cuento sobre alguien que se llama John Howell, que también entra de alguna manera un poco forzado en el teatro, y yo, John Howell, he escrito en París un cuento sobre alguien que se llama Julio Cortázar.
Yo los dejo a ustedes con esta pequeña apertura, sobre el misterio y lo fantástico, para que cada uno apele a su propia imaginación y a su propia reflexión y desde luego, a partir de este minuto estoy dispuesto a dialogar y a contestar, como pueda, las preguntas que me hagan.
(TURNO DE PREGUNTAS)
¿Por qué en la publicación definitiva de Rayuela se excluyó el capítulo 126?
(…) Bueno, me agrada la posibilidad de contestarle muy brevemente por qué el capítulo fue excluido.
Ese capítulo fue lo primero que yo escribí de la novela, comencé escribiendo, y luego me di cuenta de que no podía seguir si no iba un poco hacia atrás y comenzaba el libro desde una etapa anterior. Usted sabe que la primera parte sucede en París y la segunda en Buenos Aires, ese capítulo sucedía en Buenos Aires; yo interrumpí esa parte de mi trabajo porque estaba completamente bloqueado y necesitaba desarrollar antes la parte de París. Es una simple cuestión de técnica, de necesidad interior.(…) Un buen día empalmé, empaté, conecté aquello que había escrito, con lo que estaba escribiendo en ese momento y seguí adelante y terminé el libro. Pero entonces me di cuenta de que el último capítulo, que sucede en el manicomio donde Oliveira y su amigo Traveler tienen un último diálogo antes del desenlace final, coincidía muy de cerca con el primero que yo tenía ya un poco olvidado y que se molestaban mutuamente; pasó una cosa que tiene una cierta belleza: haber comenzado un libro por un capítulo, haber luego hecho toda la parte anterior a ese capítulo, luego haber hecho toda la parte posterior y luego, antes de editar el libro, sacar ese capítulo.
Eso me ha hecho siempre pensar en la forma en que los arquitectos de la Edad Media construían las bóvedas; colocaban una determinada piedra sobre la cual iban apoyando todas las demás y una vez que la bóveda estaba fija y consolidada quitaban la primera piedra, porque ya no era necesaria. Curiosamente, sin proponérmelo, hubo ese mismo esquema que responde a una cierta armonía que no puedo explicar pero que es así.
¿El personaje de Oliveira es la representación de usted mismo y de su propia vida?
Yo creo que, en todo novelista hay, en toda novela hay siempre algún elemento autobiográfico; me parece casi imposible ese ideal, que tal vez en algún momento tuvieron los novelistas naturalistas franceses, de escribir novelas sin la menor intervención personal del autor, es decir, como si el autor se desdoblara y, guardando su vida privada fuera de la novela, le dedicara solamente su talento y su técnica. En todo caso, yo no pertenezco a esa especie. Es evidente que a lo largo de todas mis novelas y en algunos de mis cuentos también estoy proyectado, pero no hay que entender por eso que se trata de una autobiografía deliberada, viciosa y un poco narcisista complaciente.
En Oliveira hay rasgos de mi propia vida de cuando me fui a vivir a Francia. Todos los primeros capítulos de eso que se llama vida de bohemia en París, de los latinoamericanos que nos ganábamos la vida haciendo paquetes o lavando automóviles y defendiéndonos como podíamos, todo eso sí, todo eso sale de experiencias personales, pero siempre transpuestas, modificadas, yo diría potenciadas literariamente.
¿Cuál es su definición personalísima de lo que es un Cronopio?
Al igual que lo fantástico los cronopios no se dejan definir. Están ahí, y, y hay que tener cuidado con ellos porque en el mismo minuto en que uno se va a sentar ya ellos te han quitado la silla, pero es lo más que se puede acercar a una definición.
¿Qué tiene de fantástico el hombre nuevo suponiendo que lo fantástico es una realidad completa y alcanzable?
Bueno, aquí hay un problema de vocabulario sumamente complicado, porque lo que tiene de fantástico el hombre nuevo es que no existe todavía. Todos nosotros tenemos nuestra idea de eso que se ha dado en llamar “el hombre nuevo” y creo que la lucha en común que muchos libramos está justamente dirigida por ese esquema, por ese deseo de llegar a una nueva concepción de lo humano, pero no hemos llegado todavía, estamos muy lejos de eso y el hombre nuevo es un hombre nuevo en un plano a futuro….
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Saludos.
NOVEDADES DE LA ESCUELA
Saludos queridos alumnos.
Espero que los últimos cambios hayan sido de vuestro agrado. Estamos en un momento de renovación, aprovechando el nuevo tirón del curso, que esperemos tenga mayor continuidad que los meses precedentes. Con esta intención de fondo serán todos testigos de cambios que se hacen y se deshacen, no solo en lo visual sino también en los contenidos. Nuevas asignaturas irán apareciendo en los próximos días, a la vez que otras que parecían un poco dormidos en el olvido serán revitalizadas con las mismas ganas que en sus comienzos. Por de pronto hace poco inciamos la asignatura EN CARNE Y HUESO: EL GRAN CRONOPIO, destinada a acercar a todos la figura de Cortázar a través de su voz y de su imagen.
Es habitual que le lectura de autores no contemporáneos terminen por desvirtual la imagen del mismo. Desconocemos su imagen, su cara, el sonido de su voz, cómo se mueve… al final el autor se convierte en un fantasma admirado al que simplemente conocemos por lo que cuenta. EN CARNE Y HUESO trata de evitar esa «fantasmización» de Cortázar para que todo lector pueda saber de quién está hablando. Humanizar el mito: ese es el deseo.
Otra asignatura que cobrará más protagonismo es ACTUALIDAD CRONOPIA, un tema un tanto complicado dada la escasez de las fuentes, sin embargo nos agrada comunicarles que hemos hallado una nueva fuente de información que no dudaremos en explotar para traerles todas las noticias posibles. Pero siempre hay un pero: en este caso no podemos asegurar la inmediatez de las noticias, lo cual esperamos nos sea perdonado. Por supuesto no habrá noticia que no contenga sus fuentes.
Una tercera novedad: CLASES MAGISTRALES. Recogeremos en esta asignatura textos y escritos del propio Cortazar: discursos, entrevistas, comentarios, notas… muchas de las cuales bien podrían incluirse dentro de EN CARNE Y HUESO, pero la diferencia es que en este caso simplemente les traeremos sus palabras escritas. Es posible que una misma entrevista sea recogida en vídeo en una asignatura y por esrito en otra.
Por último comunicamos la intención de abrir un canal de comunicación entre alumnado y profesorado más personal que el espacio dedicado a los comentarios. Habilitaremos un correo lo antes posible para poder solucionar el déficit de participación. Este correo servirá para verter cualquier petición, opinión, aportación o queja… lo que ustedes deseen.
Un sincero saludo a todos, esperamos que esta aventura dure para siempre.
E. Infante Rojas
Dir. de Escuela Cronopia.
INSTRUCCIONES PARA SER UN DIOS
Atiendan caballeros porqué la clase de hoy será de extrema importancia ante futuras depresiones. Si se aplican y me prestan toda su atención podrán conseguir una inmejorable conciencia de su capacidad de superación y, lo más importante, la imagen exacta de su indudable valía en tanto seres humanos cronopios cronopios. Y así, a las buenas salesa cronopio cronopio, empezamos con las instrucciones a seguir para alcanzar la majestuosa divinidad. Una vez alcanzada, lo cual desea este humilde profesor, se aconseja que cada cual elija según sus gustos la indumentaria adecuada para un dios.
El tema es sencillamente peliagudo ya que desde que el hombre es mono, y el mono mono es, se ha escrito sobre él siempre con la polémica amarrada a la pantorrilla. Si queremos ser algo, primero tendremos que saber con ciencia cierta qué es ese algo y cómo se define, así pues si queremos ser un dios deberemos aclarar en primer lugar qué condiciones hay que cumplir para poder sentirse -nunca mejor dicho- como Dios.
Por un lado está la bondad y el amor, pero de eso hay en todas partes y no por ello sus sujetos son dioses, así pues ambas características no son en modo alguno determinantes. En todo caso si dios es bondad y amor, o ira y justicia divina… siempre coincide en un punto: dios es algo aplicado a algo. La bondad no existe por sí sola, necesita un objeto sobre el cual enfocarse y justificar su existencia. Quien sea bondadoso lo será porque reparte bondad sobre sus congéneres. Lo mismo ocurre con la ira. Así pues entretenernos en las condiciones de carácter es simplemente perder el tiempo ya que pueden ser unas u otras a gusto del consumidor. Lo importante, sin duda, es tener un carácter y seres sobre los que aplicarlos (vivos, a ser posible).
Hemos llegado a la clave principal para alcanzar la divinidad: necesitamos seres vivos. Hoy día, por mucho que han avanzado los estudios en teología, filosofía y metafísica, no se tiene conocimiento de ningún dios que encargara sus seres vivos a otros. Esto dificulta un poco el primer paso en nuestro proyecto: los seres vivos sobre los que reinaremos como dioses deben ser fruto nuestro, no podemos encargarlos. Queda descartado por esta razón el acudir a una tienda de animales a comprar pececitos de colores, los cuales sin embargo no son desaconsejables ya que dan mucha vida a una estancia y a los dioses sin duda les gusta la vida y por ello los peces de colores. En conclusión: necesitamos crear un ser vivo para empezar a ser dioses.
Esto no es nada fácil ya que de todas las posibilidades a nuestro alcance muy pocas terminan por obtener los resultados deseados. A continuación anotamos algunas medidas que por propia experiencia en cursos anteriores desaconsejamos:
1.- Crear gusanos: esta posibilidad es de todas la más inmediata, pero no es muy aconsejable. El individuo que desea ser dios por esta vía debería buscar una forma un tanto cómoda y poco dolorosa de terminar con su propia vida. A ser posible en el campo, en un lugar húmedo sobre la tierra para que pronto pudieran salir de nuestro cuerpo inerte unos cuantos gusanitos. De esta forma habremos conseguido nuestro objetivo: crear vida, si… pero a costa de la nuestra lo cual ya impide obtener nuestro deseo de ser dioses puesto que un dios no puede morir. Nadie discutirá que lo descartemos por paradójica.
2.- Plantar rosas: la flor es cuestión de gustos, pueden ser rosas, o petunias, o alhelíes. Esta opción es bastante más adecuada que la anterior por el simple hecho de que no es necesario morirse, lo cual en cualquier actividad es más que preferible. Sin embargo ser su dios es un tanto aburrido puesto que las plantas son la «personificación» de lo perfecto de lo anodinas que son. No son egoístas ni generosas, no pecan, no aman, no adoran, no hacen nada… por lo que las tareas para su dios son realmente aburridas. Quien no quiera esforzarse mucho que elija esta opción.
3.- Procrear: no hay la menor duda de que esta es la fórmula más divertida y gustosa de crear vida, aunque desde el comienzo partiríamos con la seguridad de que vamos a ser un dios con fecha de caducidad, puesto que tarde o temprano los hijos adquirirían el seso suficiente como para discutir nuestra supremacía. En algunas ocasiones incluso la jugada sale torcida desde el momento en que el ser creado acaba siendo igual o más divino que el individuo que pretendía ser dios. En estos casos el hijo termina siendo nuestro dios, y eso no es lo que deseamos.
Hemos puesto tres posibles ejemplos que contienen sus cosas buenas y sus cosas malas. Bajo nuestro punto de vista el más aconsejable sería esta cuarta posibilidad: escritor. Este camino nos permitiría alcanzar una divinidad plena de poder, con un absoluto dominio y control sobre la vida y la muerte de nuestros seres. Habrá quien discuta la validez de esta opción pues los seres realmente no están vivos sino en nuestra cabeza, la cabeza del dios. Comenzaría así una discusión apasionante, a ser posible alrededor de copas de vino y tazas de café, de noche y en una cafetería acogedora, sobre la existencia humana y la divinidad y sobre si no será eso mismo lo que nos ocurre a nosotros. Ya que nadie tiene la respuesta, la conversación se alargará mientras los contertulios disfruten de la misma.
Mientras… creen sus seres vivos, dejen constancia de ellos sobre un papel, y hagan con ellos lo que un dios haría.
Saludos a todos, futuros cronopios.
Rayuela capítulo 7 (1)
Salenas cronopio, cronopio alumnos. Continuamos conociendo al Gran Cronopio en cuerpo y voz. No digo ya alma, pues todos los que le han leído conocen la han percibido ya. Por eso aquí, en esta asignatura, es la imagen y el sonido de su persona la que buscamos en tanto le ancle como humano en esta misma realidad, desmitificando su figura. Cortázar no estaba hecho de papel, por eso no todo él debe ser de papel y tinta.
Escuchenle en esta grabación, vívanle. Cierren por un momento los ojos y olviden quienes son por un momento. Saboreen tras la cortina de sus párpados la lenta cadencia de las palabras, envueltas en un acento cronopio. Permitan que sus manos de palabras sean las suyas, que comparta sus caricias.
Evadanse de ustedes por unos segundos.
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Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.
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Espero que les haya sido de su agrado. Sin duda este es uno de los capítulos de mayor belleza, nos lo volveremos a encontrar. Les espero en la próxima clase.
Saludos cronopios.
Atentamente:
E. Infante Rojo
Dir. de la Escuela Cronopia
Así nació el Jazz
(Se aconseja escuchar la música a la vez que se lee el artículo)
¿Saben ustedes cómo nació el Jazz? Nació de un romance.
Sucedió en una casa miserable del barrio más olvidado de una ciudad sin nombre, habitada por sombras dolidas en el alma por su falta de libertad. Allí, en esa casa, se amontonaba la leña en un rincón. Inocentes condenados a una hoguera de placentero calor uno a uno los troncos fueron consumidos por las llamas en un festín de humo y cenizas. Los habitantes de aquel hogar, sumidos en su esclava naturaleza, permanecían ajenos al vil acto de injusticia que cada noche se cometía en su propia chimenea. Cuántas voces se alzarían contra semejante tortura de ser un hombre su objeto.
Aconteció un día que de entre toda la madera que alimentaría la hoguera aquella noche se desprendió un pedazo de rugosa corteza, oscura, basta y de olor a tierra, que cayó en un rincón escondido tras uno de los muebles de la estancia. Allí quedó olvidado durante mucho tiempo: solitario y abandonado a la oscura seguridad de su rincón hasta que cierta mañana la familia de aquella casa recibió la honorable visita de una dama auténtica que acudía en filantrópica misión.
Apenas un par de sonrisas, apenas una conciencia tranquila, apenas unos estómagos llenos. Un par de horas que sirvieron para engañar a la auténtica realidad de aquel hogar, tiempo suficiente para olvidar la dama su fino pañuelo de seda azul. Quiso el destino que el liviano pedacito de tela se confabulase con las corrientes de la casa, crueles y abundantes, para terminar en el mismo rincón en el que poco a poco se pudría aquel pedazo de corteza triste.
Un retal de seda azul basta para cambiar un mundo, al menos el de una mohosa corteza de árbol. Naturalezas tan dispares no condenan toda esperanza de amor, y así, fruto de dos soledades, rugosidad y suavidad se enamoraron. Ambos se deseaban futuro compartido, sueños de estancias inseparables, esforzándose por ignorar que sus toques pertenecían a incompatibles esencias. Cuando la corteza acariciaba a la seda, esta sufría el desgarro de su roce. Si era la seda azul quién se rendía y acariciaba, igualmente sufría la corteza al verse insensible al tacto suave de su amada. Este dolor común fecundó el primero de los hijos de la corteza y la seda: la lágrima.
Si bien dolorosa, la presencia de ambos mitigaba al menos su soledad, y eso era algo que nadie podría arrebatárselo mientras se tuvieran el uno al otro. Y así sucedió durante mucho tiempo: el invierno hizo sus maletas de frío y se las llevó consigo; la primavera trajo su colección de esencias para ocupar la cama que antes ocupara aquel; más tarde el verano le indicó a la primavera la salida y amablemente le invitó a salir para quedarse él, amo y señor vestido de calores; con el tiempo el verano enfermó y murió, y vino el otoño para acompañarnos en la pérdida. Finalmente el señor invierno regresó con sus maletas repletas de frío, las deshizo con cuidado y se instaló de nuevo en la humilde casa.
Con el frío llegó el calor del fuego, esta vez implacable, pues ni corteza ni seda escaparon de su abrazo. El azar traicionó el destino, y quiso que lo que él había unido lo separara el hombre. Encontraron el pedazo de corteza. Encontraron la seda azul ajada, perdido su antiguo encanto de brillo y color. La corteza fue arrojada al fuego, donde poco a poco fue consumida por el calor. En ese momento nacieron los dos siguientes hijos de la corteza y la seda: la gota de sudor y el humo.
Las dos únicas hijas que tuvieron seda y corteza nacieron las últimas. La primera fue la locura, engendrada en la seda azul ante la visión de su rugoso amor convertido en ceniza. La segunda: la risa, gemela de la locura, cuando la seda acabó entre histeria y basura.
De esta forma nació el jazz, cuando la lágrima, la gota de sudor, el humo, la locura y la risa, nacidos del amor entre una corteza de árbol rugosa y tosca y una fina seda azul suave y delicada, se juntaron una noche de junio para cantar y tocar recuerdos.
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Salenas cronopio, cronopio a todos ustedes. Les espero en la próxima clase.
Don. Hipólito Rey
Prof. de Mágico Jazz
El cronopio que mató
Tercera entrega del diario de Wenceslao Moore.
34 de mayo del 2008
Ustedes podrán comprobar que no es habitual encontrar a un cronopio protagonizando una noticia de sucesos. Cabe la posibilidad nada extraordinaria de que se hable en los diarios de un cronopio decidido a dar la vuelta al mundo en bicicleta, o a casarse con su querido gatito, o dispuesto a construir una réplica a escala de la Sorbona a base de fósforos, pero intenten encontrar a un cronopio acusado de fraude, o robo, o a lo peor… de crimen.
La razón puede ser tan sencilla como que los cronopios no están hechos para eso, ya que cualquier tipo de crimen es una combinación en distintos grados de avaricia, soberbia, egoísmo, ira, injusticia… aspectos del carácter humano que por lo general están ausentes en la persona del cronopio en tanto que son otras las fuerzas que le guían: el color azul, los lunares amarillos en fondo negro, las gominolas de menta, el palulú, las lucecitas rojas que parpadean, las ganas de saltar a la pata coja, los viajes en el tiempo, las risotadas, los grandes eructos, despeinarse, andar sobre la arena… Una serie de cosas que, como verán ustedes y coincidirán conmigo, están muy lejos de cualquier intención homicida o delictiva. Sin embargo, como todo en esta vida, hay excepciones, y más si hablamos de cronopios puesto que la propia naturaleza cronopia de la persona es ya de por sí excepción colorida del gris vida que inunda los autobuses de línea.
Confieso sin miedo, amparado por la esperanza de que mi ejemplo posea al menos un cierto valor educativo para futuras generaciones cronopias, que yo Wenceslao Moore, he roto con esa tendencia y aquí donde me leen… soy un asesino. No hay otra palabra para el repugnante acto que he escenificado en el día de hoy. Les cuento…
Aparentemente el día se anunciaba tan estúpido como cualquier otro, nada me anunciaba que aquel día estaba señalado en la historia de mi vida con la marca repugnante del crimen más horrendo, pues así y no de otro modo se describe el acto vil que cometí en un vagón de metro de Madrid. Una ciudad tan dama como la Luna pero con más polvo y más papeleras, comparte con el astro una cualidad láctea que las hace primas-hermanas en las noches, ya que ambas están hechas de queso. Los burdos informes de las agencias espaciales destinados a confundirnos al respecto no tienen más fin que ocultar que las canciones infantiles tienen razón, lo cual pondría en peligro el orden mundial.
Por uno de sus agujeros, ya que las entrañas de Madrid son de queso gruyere, se deslizaba una gigantesca lombriz con el logotipo de METRO en su lomo (para los cronopios de más allá del charco debo explicar que METRO es el nombre que aquí tiene el servicio de transporte subterráneo: el subte argentino o el Underground londinense). En uno de sus vagones, pequeñas porciones de lombriz urbana, iba yo confundido con el resto de viajeros, formando en conjunto una especie de saliva espesa condenada a ser escupida por la lombriz en cada estación.
Formaba yo parte de la aristocracia del vagón, que no son sino aquellos que heredan asiento, mientras pensaba en que poco más o menos así se sentiría un antiguo señor feudal cuando miraba a sus súbditos, como un pasajero de metro sentado observando al resto de pie: odiado en silencio pero protegido por la ley. ¿Y si estallase una revuelta… o a lo peor… una revolución y se invirtiera el orden? Mis pensamientos no fueron mucho más lejos ya que un escalofrío sedujo mi bolsillo: era mi móvil, alguien me estaba llamando.
Madrid, esa vieja dama que hace nada comparaba con la luna, pero con más polvo, es también una mujer de contrastes que igual se puede hacer la manicura como no afeitarse las axilas. Eso explica, por ejemplo, por qué todavía no contamos con parques de girasoles y molinillos pero si con cobertura para los móviles en los túneles de metro. Sinceramente creo que el dinero de nuestras arcas se pierde en auténticas estupideces ya que si bien pocos de ustedes, alumnos de todo el mundo, conocen Madrid por su cobertura en el metro… de seguro que si contara con un parque de girasoles y molinillos Madrid sería famoso en todo el mundo. Al menos así lo espero.
La llamada era fruto de Andrea, una amiga de las de toda la vida, madre de dos preciosos cronopitos en busca y captura por los principales servicios secretos de los más prestigiosos observatorios astronómicos, ya que no es pequeño el delito que estos chiquillos cometieron: robar dos pares de estrellas, de las más hermosas, y lucirlas en los ojos. Lógicamente este es un asunto bastante peliagudo por el cual me intereso cada ocasión que tengo de hablar con Andrea. Los niños son ajenos a toda esta aventura, y piensan que los habituales cambios de domicilio están causados por la profesión de la madre: agente comercial de la compañía lapona de Santa Claus. Por ello tal inestabilidad en sus estancias no son motivo de trauma para ellos sino todo lo contrario: un orgullo.
Dadas la cercanía de las festividades navideñas, venidas a conmemorar el invento de las bolitas rojas, las guirnaldas y el espumillón (en ningún mes han coincidido tantos inventos, de ahí que sea festividad) la conversación se condujo inevitablemente por temas tópicos de esas fechas. En ese momento se produjo aquel crimen del que tantas líneas atrás les hablaba y del que casi olvido hablar: asesiné impúdicamente al pequeño niñito que a mi derecha se sujetaba a la pierna de su madre para no caer.
Aparentemente el niño había seguido con ávido interés toda la conversación que mantuve con Andrea. Esa fue la razón de su muerte. Alcanzado el tema navideño, surgió de mis labios la pregunta «¿Ya le compraste los regalos a tus hijos?», seguida de una sonrisa que me creció en la boca al oír la singular respuesta de Andrea pues los regalos consistían ni más ni menos que en dos pares de calcetines a rayas (blancas y verdes para uno, amarillas y naranjas para otro), unos chalequitos bordados y unas gorritas con orejas de osito… regalos que parecen más propios de un perturbado que de una auténtica madre. Por eso dije con todo el sarcasmo del mundo «Madre mía Andrea… ¿Y dicen que los reyes son los padres…?». Imaginen el atroz crimen.
Si abiertos estaban los ojos del niño durante mi charla telefónica, el doble de abierta estaba su boca cuando me oyó decir eso. No sangraba, no mostraba herida alguna, pero pude ver en su pupilas que el niño estaba muerto… ¡¡Había matado a aquel pobre niño!! No me cabía la menor duda de que jamás, por mi culpa, volvería a ser niño. Era un criminal de la peor calaña, un mata-niños, un asesino de inocencia… y un cobarde pues mi primera reacción, invadido por el pánico, fue huir. Me escabullí entre la gente que atiborraba la panza del vagón de metro hasta alcanzar la puerta de salida. En cuanto se abrió en la siguiente estación salí escupido de su interior entre codazos y gente agria con maletín, y corrí, corrí como alma que lleva el diablo, perseguido por el terrible crimen. Con mis manos todavía manchadas con la ceniza del adulto.
Tardé un par de horas en ubicarme y lograr retornar a casa, durante las cuales me vi observado por cada niño: miradas inquisitivas, acusadoras, sabedores todos de mi crimen contra su mundo de niños. Había matado a uno de ellos y todos lo sabían ya. De algún modo habían conseguido propagar la noticia, comunicársela entre ellos de forma totalmente silenciosa. Era consciente de que la mera presencia de los adultos, de sus padres o madres que los llevaban en brazos, o de la mano, o que simplemente los vigilaban, era lo único que me salvaba de su castigo. Un castigo, por otra parte, más que justamente merecido pues lo que yo había arrebatado era el tesoro más preciado que nadie nunca podría poseer.
Cuando alcancé mi hogar no pude por menos que encerrarme en mi cuarto y llorar desconsoladamente mientras buscaba en un ataque de frenesí fotos y recuerdos de mi niñez. Al final los encontré, y entre ellos una vieja foto de cuando todavía no necesitaba ser cronopio porque todavía era niño: la forma más perfecta del cronopio. En ella aparecía un lindo muchacho de apenas cinco años que sostenía dos cosas: una enorme caja en papel de regalo y una enorme sonrisa de felicidad, detrás… un suntuoso abeto terminado en estrella. Esta foto me dio más ganas de llorar, por la culpa, por mi crimen, por la vergüenza, y por poder recordar el nombre de aquel que en su día me mató como niño.
Saludos Alumnos, temo que durante un tiempo seguiré escondido.
…y así, queridos alumnos, mató un cronopio a un niño.
El origen de todo: el nacimiento de los Cronopios
Señoras y señores, futuros cronopios, alumnos y alumnas… llevamos ya unos cuantos meses y aun a día de hoy estamos de presentaciones. Esta vez comenzamos con este artículo una nueva asignatura que nos acerque un poco más al Gran Cronopio.
Detrás de un nombre, Julio, detrás de una imágen, de un acento, de un mito, hay un ser humano como usted y como yo, de carne y hueso. Un hombres que también se resfriaba, que también tenía que ir al baño, que sudaba, que tropezaba, que se olvidaba las llaves sobre la mesilla, que se enfadaba, que tenía malos días…
La intención es clara: desmitificar su figura, definirle humano, definirle gente, mortal, para que no nos dé miedo hacer -o intentar- hacer lo que él hizo: definir su propia forma de ver el mundo y, con ello, crear, dar vida a SU propio mundo. Acercaremos la figura de Julio Cortázar para que le perdamos el miedo y le consideremos cercano a nosotros.
Este acercamiento no se hará a través de sus textos, pues es lo que ha venido definiéndole a él desde siempre, sino a través de su rostro, de su voz, de sus movimientos y gestos. Nos convenceremos de que todo eso que hemos leído de él lo ha hecho un ser humano que simplemente optó por leer entre líneas y que nosotros, humano, también podemos hacerlo si queremos (por su puesto los resultados no serán los mismos).
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Para empezar a conocerle, a montar alrededor de sus cuentos un armazón de huesos, tendones, pelos y voz, nada mejor ni más apropiado para esta escuela que escuchar de su propia voz el nacimiento de los CRONOPIOS. Disfruten.
Atentamente:
E. Infante Rojo
Dir. de la Escuela Cronopia
INSTRUCCIONES PARA VIAJAR EN EL TIEMPO
Después de mucho tiempo desde el último y primer trabajo de campo, retomamos las actividades prácticas con una empresa emocionante: ni más ni menos que viajar en el tiempo. A pesar de lo aparentemente pretencioso del objetivo, conviene advertir con antelación que alcanzar la meta propuesta es de suma facilidad, al alcance de cualquiera.
La mayor dificultad se halla dentro de la mente de cada uno de nosotros. Nos encontramos aun lejos de alcanzar el grado cronopio deseado, esto explica esa barrera que nos autoimponemos a la hora de acometer negocios tan inverosímiles como el que atendemos ahora. Así pues basta resumir las dificultades en una cuestión de actitud: si nos lo tomamos en serio -algo que no debería hacer falta ni decir, ya que un viaje en el tiempo es siempre algo muy serio- lo conseguiremos facilmente; sin embargo si presentamos desde el principio una actitud de escepticismo, muy comunmente confundida con una actitud adulta, mejor abandonar no ya la clase sino el curso.
Les recuerdo que estamos en la Escuela Cronopia, abandonen sus prejuicios y sus vergüenzas. La tarea que nos imponemos, les puedo asegurar, merece la pena: un viaje en el tiempo directo a nuestra infancia. Para ello nos cuidaremso de realizar este ejercicio dentro del horario de tiendas, por supuesto en día laborable, ya que requerirá nuestro viaje realizar un par de transacciones comerciales muy básicas.
Lo primero de todo tendrán que ir a la pastelería más cercana provistos de una cantidad de dinero que ronde los dos o tres euros, nos presentaremos a la pastelera o pastelero con una amplia sonrisa que denote no solo buenas intenciones, sino una clara decisión. Con solo mirarnos a la cara, la señora o señor encargado debe alejar toda duda acerca de nosotros: debe saber que tenemos bien claro lo que queremos. Cuando nos pregunte qué deseamos, rápidamente recordaremos el bollo favorito que tomabamos cuando eramos crios y se lo pediremos amablemente. Si tenemos la mala fortuna de que este bollo precisamente no lo tengan buscaremos otra pastelería ya que debe ser exclusivamente ese y no otro.
Cuando lo consigamos, lo pediremos para llevar, ya que lo vamos a guardar hasta que efectuemos la segunda parte del ejercicio. Para ella debemos contar aun con un capital de al menos un euro. Nos dirigiremos a un puesto de chucherías o a un kiosko de periódicos. Sabremos que el establecimiento es adecuado cuando comprobemos que efectivamente vende sobres de cromos, una vez comprobado le pediremos uno o dos o los que se deseen, siendo el mínimo un sobre por presona. El motivo de los cromos no es importante, aunque se valorará que el alumno recapacite sobre qué cromos prefiere, si consigue plantearse seriamente esta cuestión sin duda estamos a un paso de retroceder en el tiempo.
Finalmente, con nuestro bollo en una mano y nuestros cromos en la otra, queda el último y más sencillo paso: comenzaremos el bollo, saboreando su azúcar, su crema, su nata o su chocolate según el caso, y empezaremos a abrir el sobre de cromos para ver qué nos a tocado y si hemos tenido la mala suerte de recibir dos repetidos dentro de un mismo sobre (el colmo de la mala suerte). Si entre las estampas recibimos una especialmente llamativa o interesante, nos alegraremos con sinceridad, convirtiendo ese breve momento en un breve momento de infancia, cuando la mayor alegría del día podía ser conseguir el cromo deseado. No estaría mal guardar los cromos en la cartera del día día, junto a facturas, carnets, billetes, y notas de adulto; considerenlos un ancla que les recuerde que todavía se puede viajar en el tiempo.
De nuevo les repito consejos anteriores: este ejercicio puede resultar una tontería a primera vista, pero también es muy posible que por unos minutos disfruten un poco de algo de diferente y barato.
Sinceramente: espero sus comentarios.
Saludos
UN PUEBLO LLAMADO JAZZ
(Se aconseja escuchar la música a la vez que se lee el artículo)
Summertime – Charlie Parker (instrumental)
Situado en un punto bastante confuso para el turista musical se encuentra el pequeño pueblecito conocido como Jazz. Es apenas un conjunto minúsculo de casas bajas con patio, una salpicadura de viviendas en medio del mapa de la música del siglo XX, pero mucho más famoso que ciudades más grandes y con más historia. Sin lugar a dudas es un lugar particular que atrae enorme curiosidad tanto de aficionados como expertos, que no dudan en viajar siempre que pueden hasta Jazz, donde saben que serán calurosamente acogidos por unos vecinos amables y con fácil tendencia hacia la comprensión mutua, gente sencilla con ganas de compartir con todos sus alegrías, sus penas, sus miedos y, como no, sus vicios.
El visitante novicio no necesitará mucho tiempo para convencerse de la mágica naturaleza del lugar: cuando por primera vez se muestre el pueblo de Jazz en la lejanía ya se percatará de ello. Se dará cuenta ya desde lejos de que se trata de pequeñas casitas de paredes blancas y tejados de negra pizarra. Cuando alcance sus calles, se verá transportado por el negro empedrado de las mismas a un mundo añejo, de triste glamour despechado en un completo blanco y negro presente en todo lo que le rodea: blancas paredes, negros techos, puertas negras, oscuros árboles de negras hojas, canaletos pintados en negro, fuentes de piedra blanca. Esto, lejos de desconcertar al viajero, suscitará su curiosidad por un escenario de ensueño que a la vez despierta y adormece los sentidos.
No tardará en conocer a los habitantes de tan extraño lugar: los jazzman. Todos de raza negra, siempre vestidos con bonitos trajes de fiesta, siempre con sus rostros perlados por pequeñas gotas de sudor y siempre, siempre, con enormes cigarros en sus manos, humeantes, un manar continuo al aire de finos hilos de humo que van entretejiendo en el vacío que comprende sus calles oníricas telarañas que enredan la fantasía de todo aquel que se deja caer por Jazz. Blanco, negro y humo crean una atmósfera medio melancólica medio misteriosa en la que la única certeza posible es el saber que todo es posible entre sus paredes, de tal forma que el visitante no se sorprenderá de nada.
Hace muchos años, cuando el mundo Música descubrió este pequeño rincón extravagante y sin color se reunieron los más afamados expertos en lingüistas y logopedas para investigar el extraño idioma que hablaban las gentes de Jazz. Se organizó una impresionante expedición compuesta por los más prometedores valores de las más importantes academias científicas. Ciento un investigadores acamparon en torno al pequeño pueblo, adentrándose diariamente en las calles de Jazz con la científica intención de descifrar el idioma de esa extraña gente de trajes impecables. Tardaron tres meses y treinta y tres días en desistir, pues comprendieron que no había homogeneidad ninguna en el supuesto idioma: llegaron a la conclusión de que cada habitante hablaba siguiendo unas normas exclusivas propias, en definitiva: cada uno hablaba su lenguaje.
A veces, cuando se juntaban varios jazzman, el oído poco preparado llegaba a creer que hablaban el mismo idioma pues en conjunto sus sonidos parecían configurar un aparente cuerpo compartido. Pero si se profundizaba un poco más, tal y como hicieron aquellos investigadores, se daría uno cuenta que ni ellos mismos se comprenden entre sí. De tal forma que en el pueblo de Jazz no hay diálogos, no existen conversaciones ya que la base de toda conversación es un intercambio de información. En Jazz no se cuentan informaciones, sino sensaciones, y si ven a un jazzman sonriendo no es porque alguien le haya contado algo que le hizo reír, sino porque alguien le hizo sentir risa. Así pues en Jazz no se cuentan historias, si no que se sienten historias: el narrador no es el protagonista de la comunicación en Jazz ya que el valor de lo dicho o entendido no está en quién lo emite sino en quien lo recibe, único y exclusivo encargado de interpretar lo que sencillamente deseé sentir en ese preciso momento. Después de esto sobraría decir que si ustedes pretender visitar este maravilloso lugar, desistan de intentar entender qué dicen, ya que simplemente sentirán que lo que el jazzman les dice les resulta divertido, triste o enojante, sin prestar ninguna importancia a si perciben o no un mensaje.
Esta condición tan subjetiva del lenguaje es la base de la naturaleza libre del pueblo de Jazz. Cada habitante es un mundo, si se juntan dos jazzman a hablar no tenemos dos, sino tres mundos: el de uno, el de otro y el que se crea cuando se junta. Pero si además de tres jazzman hablando entre sí hay una tercera persona no necesariamente del pueblo de Jazz, nos encontramos por arte de magia con que el número de mundos ha aumentado a cuatro: los tres anteriores más el cuarto que crea el oyente. ¿Cuál es el auténtico? Ninguno y todos, ahí reside la magia del jazz.
Don Hipólito Rey
Prof. de Mágico Jazz